De vuelta de las Vacaciones


Al fin en casa.
Ha sido un viaje increíble, impredecible, demasiado fiel a la idea de los huevos revueltos («las cosas no siempre salen como uno quería, aunque ello no implica que necesariamente salgan mal»). Supongo que es lo que tiene ascender un río como el amazonas, caótico y enrevesado cual psicópata de película. Nosotros no decidíamos la ruta sino que era él que nos imponía su camino. Lo de la foto de arriba no es el Amazonas, no tengo tantos cojones como para bañarme ahí. Es un pequeño afluente llamado Cerma(ver enlace) que debido a su situación privilegiada, rodeado de roca granítica, es de los pocos que no tienen pirañas. Por eso pude bañarme, aunque siempre había que estar atento por si se acercaba alguna serpiente. Aparte de eso, los jabalíes, los mosquitos y la puta dieta de las latas de atún con pan. Aunque es cierto que la región está llena de animales y fruta, un estómago europeo es incapaz de digerir tal cantidad de alimentos desconocidos y lo normal es pillar una diarrea al tercer bocado. Así que mientras que Gianis, nuestro guía(ver enlace), se atiborraba de fruta fresca, nosotros maldecíamos nuestro metabolismo primer mundista. A lo largo del viaje ninguno de nosotros dudó nunca de nuestra condición de blanquitos haciendo el Indiana Jones por la selva en una viaje organizado. La aventura consistía en descubrir lo poco aventureros que en realidad éramos y admitir el poco alcance de nuestros límites que con tanto esfuerzo habíamos conquistado. Recuerdo una noche en que me levanté creyendo que tenía un ataque de asma. Me di un par de manchadas de ventolín que es un inhalador que suele abrirte los bronquios y solucionarte el problema pero aquella noche eso no hizo más que empeorar las cosas. Sentía la boca pastosa y mi garganta estaba tan hinchada que era incapaz de tragar nada salvo que me propusiera realizar ese esfuerzo. Por la noche en la selva la humedad es tan espesa que uno ya no respira aire sino una mezcla de barro, vapor y gases de algún tipo cuya inhalación no te mata. Acurrucado debajo de la mosquitera no puedes encender la luz pues eso atraería aun más a los mosquitos y mirar el reloj tampoco sirve de mucho porque en la selva las veinticuatro horas del día occidentales son un souvenir para los indígenas. Así que si uno se despierta a las tres de la madrugada o las once de la noche o a las nueve porqué en el fondo la hora da igual, lo único que puedes hacer es mirar al vacío oscuro que tienes delante. Al cabo de un rato de estar despierto tu vista se acostumbra al negro absoluto y se intuyen algunas formas, ramas, ves manchas oscuras que se desplazan a lo lejos pero sobre todo lo que se desarrolla es el oído. Chicharras, guaricas, ranas de cabeza roja, piaroas y otros bichos del estilo que viven de noche. En nuestro caso por si todo esto no fuera suficiente si uno se despertaba en medio de la noche podía oír también las apneas de Ernesto. A la amalgama de sonidos nocturnos propios de la selva había que sumarle los intentos fallidos de autoasfixia de Ernesto que sonaban como una batería mal tocada que se detiene justo en el punto en que el espectador menos se lo espera y vuelve a empezar como si fuera un disco rallado. Ernesto podía pasarse sonando toda la noche hasta que cambiaba de postura y dejaba de roncar o seguía roncando pero haciendo un redoble distinto. Sino bastaba con darle un sopapo en la pierna, echaba su cuerpo hacia el otro lado y con un poco de suerte dejaba de roncar. Pero mientras Ernesto seguía concentrado en su particular sinfonía de primavera el aire seguía sabiendo a arena, podías notar como tus pulmones lo ingerían poco a poco como si en vez de respirar estuvieras haciendo la digestión traquea abajo. Cuando te cuesta respirar el cerebro va más lento y las cosas se ven de otro modo. Eres capaz de apreciar todas las décimas de cada segundo de tu existencia y de notar el tacto de una gota de sudor cuando pasa por encima de todos y cada uno de tus poros descendiendo desde tu cuello hasta algún lugar por debajo de tu pecho dónde la pierdes y te quedas absorto con alguna otra estupidez que se te ocurre no se sabe como. Segundo a segundo repasas pesadamente todos los detalles que la vista te permite apreciar como las cuatro grandes hojas verdes que chocan contra la mosquitera detrás se encuentra esa forma oscura que no ves pero que tú sabes que es un animal al acecho vuelves la vista hacia la tienda y te fijas en esa costura desihilachada que hay junto a la cremallera muy cerca el mosquito más grande que nunca has visto succiona la mosquitera como si tu mero aliento le bastara para alimentarse observas tus pies encallecidos y llenos de ampollas a partes iguales por las largas camintas bordeando el lecho del rio así pasas la noche hasta que pierdes la noción del tiempo. En ese momento olvidas tan siquiera que has de respirar de modo que voluntariamente te obligas a seguir tomando aire y después contraes tu pecho y a continuación lo agrandas respiración tras respiración tras respiración tras respiración tras respiración hasta que el agotamiento te tumba de nuevo y te quedas dormido con la boca abierta como si alguien te hubiera encasquetado un calcetín, solo que no hay calcetín. Otras veces sin embargo la suerte no es tan benévola porque la selva no entiende de azares o de categorías ya que carece de un concepto de justicia redistributiva y tampoco hace distinciones entre animales de modo que si alguna vez te levantas en medio de la oscuridad puedes dar por seguro que acabaras pasándote toda la noche jadeando como un perro en medio del vacío oscuro con la única esperanza de que con la llegada del amanecer el grupo se mueva y topéis con un poco de aire fresco.
Pese a todo no me arrepiento de nada. El día de nuestra vuelta Dani me preguntó que si creía que el viaje me había cambiado. Le respondí sin pensarlo que no, volvía igual que me había ido. Ahora que estoy casa y estoy más tranquilo lo he pensado de nuevo y cambiaría un poco lo que le dije a Dani. He vuelto igual que me fui, pero ahora se que nunca he sido nada.


Barcelona Agosto de 2008

PD. Marc nunca te olvidaremos. Aunque siempre eras el segundo en desmoronarte, porque todos sabemos que el primero en quejarse siempre era yo, tú a diferencia de mi, de Ernesto o de Dani, tu sabías los riesgos de este viaje y pese a todo accediste a venir con nosotros, tus amigos. Y aunque durante el viaje te acusé más de una vez de ser más bueno que papanoel y que todo aquello no te servía de nada, lo siento de veras. Siempre fuiste un poco hippy así que en cierto modo este era el mejor lugar donde podía pasarte. Descansa allí donde estés.

Comentarios

Marc ha dicho que…
Muy grande!!(Marc, desde el más allá)
Anónimo ha dicho que…
¡Y yo que pensaba que habías estado en Grecia y, después de 30 horas en un tren, en Turquía! Vaya cambio de planes más guay.
Pan ha dicho que…
"Feel your soul and let it travel all across this world,
It's the journey not the destination as we know" (Max Cavalera)

http://www.youtube.com/watch?v=EkjAHxONcYs

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