donde beben las mentiras
El problema de mi generación es que somos tan modernos que ya no hacemos ruido al escribir, ya no se oye el sonido metálico de una letra golpeando el papel, ya no hay esos solos de batería que acompañaban al paritorio de las grandes ideas. Sólo el leve zumbido del ventilador de un ordenador.
No soy nada, soy una voz en un texto, una primera persona del singular que narra sus vivencias e intenta hacerlas entretenidas. Mantener en forma la cabeza es como lo llamo. Casi puedo ver ese vaso de whisky. Y a mí, sentado frente a él. Es un bar de la Barcelona preolímpica, ocre y sucio. La luz muy tenue y una niebla de cigarrillos hacen el local borroso. Me encuentro allí porque los desgraciados literarios tienen más gracia. Y además me gusta la música del local. Un tipo toca el saxo acompañado por un piano y una batería. Ellos no lo saben pero en mi historia tocan “My Romance” de Ben Webster(ver enlace). Yo simplemente dejo pasar el rato. Miro el vaho a mi alrededor y me regocijo en lo literario de mi desgracia, en lo bien que suena mi camisa con olor a tabaco y mi pose de tipo listo en caída libre. Mi historia no está ambientada ahora, sino que transcurre en la Barcelona de finales de los ochenta, donde todo tenía un color amarillento como si antes hubiera tenido un color de verdad. El blanco era ocre y siempre había sillones tapizados en cuero granate. Todos los pisos parecían de interior y la ciudad estaba como mal iluminada, como si todos los dias el cielo estuviera nublado. En mi historia yo soy algo más mayor de lo que soy en realidad y no tengo barba sino que voy mal afeitado. Vivo en una ciudad como de los años cincuenta de Nueva York. Donde siempre parece que es de noche. Puedo ver el fregadero de la cocina, los platos amontonados. Al lado, la nevera sólo guarda un par de huevos y una botella de cristal con leche. El comedor tiene un balconcito. También hay una mesa redonda con una máquina de escribir con montones de hojas a cada lado. En un extremo de la barra hay un hombre con peor aspecto que el mío. Es la clase de cosas que a uno se le ocurren para consolarse. En el fondo del bar hay un tipo obeso sentado con dos mujeres, celebran algo. Lleva un traje azul y una camisa blanca donde flotan manchas de sudor. Una fina cadena de oro le asoma por debajo de la papada. Magrea a las dos mujeres, una morena y una rubia. Él no lo sabe pero la rubia a la que no para de meter mano en realidad es un tío. Y la morena que le calienta la nuca con su aliento trata de robarle la cartera con la mano derecha. Vivo en una ciudad atemporal, como de mentira, donde todo es borroso y nada está definido. Mi juventud me la inventé ayer mientras cenaba. Mi infancia solo la recuerdo a partir de media noche. Por cinco de los grandes seré el chico de tu historia, por quince podemos hacer una novela negra y dejaré que me mates. Sino, siempre podremos irnos al Sur. A la playa.
No soy nada, soy una voz en un texto, una primera persona del singular que narra sus vivencias e intenta hacerlas entretenidas. Mantener en forma la cabeza es como lo llamo. Casi puedo ver ese vaso de whisky. Y a mí, sentado frente a él. Es un bar de la Barcelona preolímpica, ocre y sucio. La luz muy tenue y una niebla de cigarrillos hacen el local borroso. Me encuentro allí porque los desgraciados literarios tienen más gracia. Y además me gusta la música del local. Un tipo toca el saxo acompañado por un piano y una batería. Ellos no lo saben pero en mi historia tocan “My Romance” de Ben Webster(ver enlace). Yo simplemente dejo pasar el rato. Miro el vaho a mi alrededor y me regocijo en lo literario de mi desgracia, en lo bien que suena mi camisa con olor a tabaco y mi pose de tipo listo en caída libre. Mi historia no está ambientada ahora, sino que transcurre en la Barcelona de finales de los ochenta, donde todo tenía un color amarillento como si antes hubiera tenido un color de verdad. El blanco era ocre y siempre había sillones tapizados en cuero granate. Todos los pisos parecían de interior y la ciudad estaba como mal iluminada, como si todos los dias el cielo estuviera nublado. En mi historia yo soy algo más mayor de lo que soy en realidad y no tengo barba sino que voy mal afeitado. Vivo en una ciudad como de los años cincuenta de Nueva York. Donde siempre parece que es de noche. Puedo ver el fregadero de la cocina, los platos amontonados. Al lado, la nevera sólo guarda un par de huevos y una botella de cristal con leche. El comedor tiene un balconcito. También hay una mesa redonda con una máquina de escribir con montones de hojas a cada lado. En un extremo de la barra hay un hombre con peor aspecto que el mío. Es la clase de cosas que a uno se le ocurren para consolarse. En el fondo del bar hay un tipo obeso sentado con dos mujeres, celebran algo. Lleva un traje azul y una camisa blanca donde flotan manchas de sudor. Una fina cadena de oro le asoma por debajo de la papada. Magrea a las dos mujeres, una morena y una rubia. Él no lo sabe pero la rubia a la que no para de meter mano en realidad es un tío. Y la morena que le calienta la nuca con su aliento trata de robarle la cartera con la mano derecha. Vivo en una ciudad atemporal, como de mentira, donde todo es borroso y nada está definido. Mi juventud me la inventé ayer mientras cenaba. Mi infancia solo la recuerdo a partir de media noche. Por cinco de los grandes seré el chico de tu historia, por quince podemos hacer una novela negra y dejaré que me mates. Sino, siempre podremos irnos al Sur. A la playa.
Dejo la canción de Ben Webster. Escuchadla y luego releed la historia, veréis que suena diferente.
Comentarios
Has combinado muy bien ;)
Podías hacer lo mismo para PERCEBES
ahhhhh, Gotham city and the sort, me encantan, aunque el humo no es lo mio *cof cof*
Read you!
Me alegro de que te gustase la canción. Busca por el blog "la Akebia" aquí la canción es más importante y es del estilo.
La última vez que leí sobre BCN fue en La sombra del Viento (no te asustes, lo leí hace un par de meses xD)y me dejó la sensación de frío, humedad, pero creo que no había tanto humo, al menos en mi recuerdo.