La Caja

Gabriela tenía una cajita. Juan también tenía una. Dani la guardaba en su mesilla de noche. Natalia también tenía una. La escondía en un pozo debajo de su mesilla de noche. Mateo por el contrario solía guardarla en lo alto de la cama, sacando la mano por la ventana la colocaba detrás de la luna. David la ataba en la espalda de un escarabajo con un hilo de seda dental y cada noche lo llamaba dejando unas miguitas de plumcake de ciruela debajo del armario. Marcos la perdió en la playa mientras contemplaba el amanecer, desde entonces utiliza la zapatilla derecha de unas addidas aún llenas de arena y con olor a sudor que calzaba ese día. María fue a Ikea donde encontró unas fantásticas cajas de plástico de colores diversos así que con cada cambio de estación muda su caja según el catálogo de Ikea correspondiente. Helena solía esconderla en el fondo de su botellín de cerveza, así que era normal verla mirando de reojo a través del líquido amarillento después de cada trago. Pablo por el contrario, siempre la llevaba consigo. La iba cambiando de sitio a cada momento, a veces en el bolsillo derecho de sus tejanos, otras dentro de un pañuelo usado, alguna vez la había escondido al final de un cartucho de churros para así poder tenerla cerca sin que sus amigos se percataran. Otras, simplemente la llevaba en la mano, en la otra, la que no usaba para sostener su reproductor de música. Por eso aquella mañana cuando estaba en la biblioteca y tropezó con aquella edición crítica de la Odisea que alguien había dejado en el suelo, no pudo evitar que la caja cayera al suelo. Todo su contenido se desparramó por la biblioteca como un manto de agua. Brotaron árboles de las estanterías, el olor a tinta y a papel viejo se mezcló con nuevos olores, un sol morado se escapó hacia arriba como un globo de feria abandonado y cegó las lámparas del techo. El polvo gris de las estanterías dio paso a musgo, tierra, hierba mezcladas con retazos de conversaciones de otro momento. Pablo sorprendido por el paisaje que se desplegaba ante sí, se dejó llevar por el bosque que asomaba por las estanterías. Pero cuando apenas se había internado en el ramaje reconoció las palabras y se percató del lugar en el que realmente se encontraba. Retrocedió sobre sus pasos y salió fuera en busca de la caja.  Uno a uno, guardó los árboles de nuevo. Con la palma de su mano barrió la hierba y las frases a medias desparramadas por las estanterías dentro de su caja. Finalmente subió a una mesa y agarró el sol que chocaba contra el techo como un globo y con cuidado lo depositó en su caja.
Una caja donde guardar sus cosas. Pequeña, marrón, maciza, con chapas de metal en las esquinas. Una caja pequeña con tapa donde depositar lo que no queremos olvidar pero tememos recordar.

Comentarios

Eastriver ha dicho que…
Es el bosque de las cosas, es un cuadro de Dalí que se ha escapado de su marco, es un spot de telefonía móvil, es un sueño vago y extraño. Y te llamas Pan (así en mayúsucula por lo que he visto, así que deduzco que algo tienes de mitológico), te dedicas a perseguir ninfas,imagino, como hace todo buen Pan, y te queda aún tiempo para sorprendernos con relatos y con un blog que me apunto desde ya.

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