El Señor Magí

El verano en que me licencié volví a casa. Mis padres vivían en un pueblecito en la parte baja de los Pirineos. Lejos de las típicas zonas de casitas repobladas por turistas de la capital. No es que el lugar fuera feo, sino más bien normal, como ese compañero tímido de clase que se sienta en la última fila y nadie recuerda nunca su nombre. Era una zona llena de campos de trigo y granjas de cerdos organizadas según cooperativas privadas. Mi abuelo nos dejó tierras, pero sucesivas ampliaciones de la autovia regional habían mermado sus dimensiones. Aún queda algo, justo entre el km 249 y la salida 27, al Este de la autovía. Son dos fanegas de tierra que mi padre tiene arrendadas a un payés del pueblo, a cambio de mantenerlas mi padre le da la mitad de lo que saque. En realidad mi padre se saca cuatro perras por esos terrenos y cuando uno le pregunta por el tema dice entre risas «para el cava en Navidad».

En mi pueblo nunca ocurre nada. Salvo la autovía y las granjas, que cada vez ocupan más terreno, nada ha cambiado en los últimos años. Por eso cuando volví a casa y vi luz en la antigua casa de cal Magí no pude mas que sorprenderme. «Se ha instalado un hijo del señor Magí» me dijeron. Ramón Magí era un antiguo vecino del pueblo que según dicen se convirtió en un escultor de renombre en América «¿Sabías que se casó dos veces en Estados Unidos? Éste es hijo de su segundo matrimonio». El hijo del señor Magí era un ingeniero que se había jubilado hacia dos años y había decidido retirarse al pueblo de los cuentos de su infancia. Era habitual verle pasear cada tarde vestido con una camisa y unos pantalones americanos pinzados ambos hechos a medida. El señor Magí tenía la piel cuarteada y con manchas según me contó mi madre fruto de sus trabajos «dirigiendo las labores de construcción en importantes infraestucturas en Sudáfrica» «Mamá, eso te lo has inventado, nadie habla de sí mismo diciendo que construye “infraestructuras» «Yo solo te digo lo que me dijo la Conxi de Cal Barber». Lo cierto es que algo lo había afectado de algún modo, tenía los antebrazo surcados de pequeñas verrugas que si uno las miraba de reojo parecían ventosas. Pero a la gente parecía no importarle. Hablaba en tono reposado, escuchaba mucho y rara vez decía algo que no aportara nada. Todo ello contribuyó a que  todo el mundo le acabará llamando Señor Magí como a su ilustre padre. No parecía importarle a nadie el pequeño reguero de agua que el Señor Magí dejaba a su paso, y cuando alguien hacía un comentario al respecto se zanjaba el tema con «Hay gente que suda mucho». 

El señor Magí además de por su porte y elegancia fue rápidamente famoso en el pueblo por sus dotes para la natación impropias de un hombre de su edad. Eran habituales sus baños en la pequeña piscina municipal. Llegaba a la piscina al mediodía, cuando los niños están comiendo, y era capaz de hacer medio centenar de piscinas casi sin sacar la cabeza para respirar. Todo ello bajo la atenta mirada de las abuelas del pueblo que casualmente desde la llegada del señor Magí hacían el café juntas en el bar de la piscina a esa misma hora. Cuando se le preguntaba por su increíble destreza dentro del agua explicaba que durante cinco años estuvo viviendo en una cabaña flotante en las aguas de un lago en la India y que durante todo ese tiempo solía nadar cada día mañana y noche. Añadía tambíen que su buena forma física se debía a una dieta, muy estricta, en la que el pescado era el alimento principal.

Mi abuela solía decir que el señor Magí era un señor de los de antes. Mi abuela acompañaba ese comentario preguntándose como un señor como el señor Magí se había quedado soltero. Entonces intervenía mi madre y decía que era normal que alguien que había viajado tanto no hubiera podido comprometerse nunca. Yo escuchaba entre incrédulo y divertido la conversación sin pronunciarme sobre el tema.

A veces alguien sacaba algún tema que disgustaba al señor  Magí. Entonces éste exhalaba una gran humareda de un puro que hasta ese momento nadie había visto que estaba fumando y se iba del lugar haciendo espavientos.

Una tarde de mediados de agosto me encontraba buscando a mi abuela para dar nuestro paseo de después de la siesta

-    ¿Mama has visto a la abuela?
-    Se ha ido a tomar un café con la Monste de Cal Cisteller
-    Ha ido a la piscina ¿No?¿ No te parece un poco raro?.
Mi madre parecía no oírme.
-    Digo que si no te parece un poco raro el señor Magí – mi madre parecía que seguía sin entenderme – No sé… sus ropa a medida, su piel llena de verrugas, o eso de que sea capaz tocar piezas de piano para cuatro manos él solo.
-    El señor Magí estudió en un colegio Americano. Ha visto mucho mundo. Y es una persona distinta a la gente del pueblo. Tú que has estudiado fuera deberías apreciarlo mejor que nadie.
-    Mama ¡¿Pero es que nadie lo ve?! – Dije abriendo mucho los ojos – El señor Magí es un pulpo.
-    Y tú eres un maleducado por juzgar a una persona sólo por eso.
Ésa fue la última vez que volví a hablar del tema con ellos. Cuando acabó el verano, volví a Barcelona para seguir estudiando y poco después conocí a mi mujer. Una cacatúa.

Comentarios

Eastriver ha dicho que…
Qué bueno. Qué mítico el señor Magí. Me gusta esa recreación de la vida del pueblo. Es como si la lección de la narrativa americana de lo real maravilloso hubiese sido aceptada y aplicada a nuestra geografía. Ese tono mítico del personaje y de toda la narración se ve acrecentada por el punto de vista de alguien joven que no comprende... que mira pero no comprende. Hay piezas que no encajan. Y frente a ese mundo de preguntas que representa el joven, el pueblo, los mayores, casi los antagonistas, que se sitúan entree quien narra y el personaje protagonista. Los mayores eliminan mediante el lenguaje toda traza de magia. Suda mucho, las infraestructuras sudafricanas, que tenía mucho mundo y que era un señor de los de antes. Excelentes voces, tan realistas. Pero frente a esas voces que desmitifican, las abuelas seguían yendo a verlo nadar. O sea que, por un motivo u otro, la magia pervivía aunque no la llamasen magia.
Un precioso cuento, Pan, con tantas cosas por decir. Me gusta especialmente el contraste de dos mundos, la perfección en la descripción de la vida y los lenguajes rurales, la fuerza mitificadora de la mirada que pregunta y la fuerza desmitificadora de la mirada que no puede tolerar que nada rompa su frágil equilibrio. Un cuento excelente, de verdad.
Pan ha dicho que…
Ufff. Después de tu comentario uno se siente tentado de contar a quien pertenece cada una de esas voces de la historia, de explicar la tarde en que me encontraba repantigado en el sofá y de repente tuve el insight que dio lugar a todo. Pero no lo haré, no destriparé la historia.
Ramón hay quien ha leído el cuento y ha visto un pulpo lovecraftiano que se paseaba por un pueblo, y otros han visto la mirada de un niño que en lugar de un adulador y mujer pesada veía un pulpo y una cacatúa. Pero igual que el niño de esta interpretación, cualquier mirada que se pose sobre el texto lo dota de significado y su interpretación es válida por ello. Algo parecido ocurre aquí donde tanto el protagonista, como el resto de habitantes del pueblo, como la gente que luego ha leído el cuento vieron al Señor Magí, y cada uno vio algo distinto. Quizás en el fondo se trate de eso, de puntos de vista.
De todos modos me alegra saber que te gustase.
iTa ha dicho que…
Me gusta. El nombre "Señor Magí" es irresistible.

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