ese ras ras
Entra en su estudio. En la mano der cha lleva un maletín de lona gris. En la mano izq ierda un baso ancho con un par de d dos de un líquido dorado.D ja el mal tín en el suelo apoyado contra la mesa. Arrastra la silla sobre las baldosas y l suelo chirría afónico. Se acerc el ordenador al borde de la mesa. Es un portátil que se abre como na sandwichera. De plástico blanco parece cerámica. Ve el r flejo de su cara deslizarse por la t pa cuando lo abre.
El ord nador no hace ningún sonido. Dur nte los primero minutos no se oye nada. Desliza la punta de sus d dos sobre la superficie del táctil situad debajo del tec ado abriendo y cerrando programas con suaves movimientos. Luego emp eza a teclear. Su dedos hacen tactac entre letra y letra. Tac tac tac. Tac tac tac y oye el ras ras por pr mera vez. Sigue escribiendo tac tac tac, tac tac tac y de nuevo ras ras. S rprendido, se detiene y aparta las manos del teclado. Ras ras. Ras ras.
Con el cuello girado apoya su oído sobr el orden dor. Y esta vez lo oye más claram nte. Ras ras. Sin apartar el oído da un toque con el dedo sobr el plástico blanco y el sonido se detiene. Se aparta del teclado. Al cabo d unos segundos el sonido vu lve de nuevo. Ras ras, como si lo q fuera que hiciera ese sonido pensara que ya no lo bserva nadie. Como carcoma n un mueble. Ras ras.
Su rdenador tiene carcoma afirma p ra sí mismo. Y luego se pregunta, pero de qué se alimenta ahí dentro.
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