En calle Terol hay una jaula de dinosaurios

Es lunes. Mateo tiene cuatro años cuando va cogido de la mano de su padre. Caminan por la calle Ramón y Cajal en dirección a su colegio situado unas cuantas calles más abajo. Mateo lleva en la otra mano una bolsita de tela cuadriculada con un pequeño bocadillo, dos yesca de pan untadas en paté de finas hierbas, cuando al cruzar la calle Terol se paran en seco para esquivar a un ciclista y levanta la cabeza. De el edificio del final de la plaza sobresalen unas vallas metálicas, intercaladas con chapas de un plástico verde.
- ¿Qué es eso Papá? - pregunta señalado el edificio con la bolsita del almuerzo. - Una jaula, una jaula para dinosaurios. Mateo no dice nada y siguen caminando hasta la escuela.
La mañana siguiente Mateo cogido de la mano de su padre se dirige de nuevo al colegio. Al acercarse a la calle Terol, levanta la mirada, entrecierra los ojos, y observa la azotea del edificio del final de la plaza.
- Pon el oído- le dice su padre
- ¿Oyes el Tiranosaurio?
Mateo presta atención. Al principio no escucha nada y de golpe un estruendo, un rugido, un aullido desgarrado, un ser de otro tiempo que arrasa los tímpanos de todos los que se encuentran en la calle. Mateo y su padre siguen calle abajo, mientras escuchan los alaridos de los dinosaurios que luchan por liberarse de su jaula en la azotea del edificio del final de la calle Terol.
El miércoles Mateo y su padre pasan como de costumbre por la calle Terol. Entonces el padre de Mateo tiembla, tropieza y da unos saltos. Mateo le imita, le tiemblan las piernas y da saltos. Es un terremoto, los dinosaurios, se han escapado y en su huida producen un seísmo que hace crujir toda la calle.
El jueves de camino al colegio, notan la calle distinta. Desde que los dinosaurios se escaparon, merodean sueltos por el barrio y se ocultan detrás de cualquier semáforo acechando palomas, gatos callejeros y personas. Con el rabillo del ojo Mateo, es capaz de ver a varios de ellos escondidos de cuclillas detrás de un contenedor de la basura, también ve a otro volando entra las alas de las palomas. El padre de Mateo le señala un gran dinosaurio de cuello alto que se esconde en el perfil de una farola. Mateo ríe de sus esfuerzos por esconder su cola.
Es viernes. Mateo va cogido de la mano de su padre. Caminan a por la calle Ramón y Cajal en dirección a su colegio. Los dinosaurios siguen campando por el barrio, ya no se esconden. Caminan en todas direcciones y saludan a los camareros que esa hora montan las terrazas de los bares. También hay un cuellolargo cuya cabeza sobresale entre los tendederos de un edificio cercano a donde antes tenían su jaula. Mateo y su padre le observan, ríen de cómo se le enreda el cuello entre las sábanas, no oyen el Tiranosaurio que avanza a gran velocidad desde el fondo de la calle hacia ellos mientras cruzan la calle.

*tanto la foto, como los "retoques", como todo lo que se ve es cosa mía.

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