Esas cosas

El verano que Mateo cumplió cinco años fue de vacaciones con su familia a un gran parque de atracciones.

Mateo recuerda que estuvo varios días vistiendo las mismas chanclas de goma-espuma atadas con velcro, su bañador verde, y una gorra azul que le daba un aspecto fiero e impresionante frente a los otros niños. Lo que más le gustó del parque, más que las atracciones, fueron los distintos países. Cada zona del parque parecía un país diferente que habían recreado con multitud de detalle, incluyendo paredes, montañas y plantas.

Durante esos días pero, ocurrió algo. Aún hoy, Mateo sólo es capaz de explicarlo entre susurros, cabizbajo con las manos en los bolsillos.

Mateo lo recuerda claramente. Más que montar en atracciones y ver espectáculos lo que más hacían en el parque era caminar. Caminar yendo de un país a otro, caminar haciendo cola en las atracciones, caminar por en medio de las recreaciones de lugares de plástico, caminar para sentarse en una mesa en el restaurante, caminar. Y cuando caminaban Mateo siempre iba de la mano de un adulto. Su hermano Carlos, que tenía diez años, a veces iba de la mano de su madre, y Mateo, como era más pequeño, siempre iba de la mano de su padre que además era más divertido.

Su padre se adelantaba y tomaba fotos de los tres, de Mateo, de su madre y de su hermano. Rara vez aparecía en las fotos, porque era él quien las tiraba. A veces también se alejaba y sacaba fotos de cosas que a él le gustaban. Por eso Mateo siempre trataba de ir cogido de la mano de su padre porque era el que iba por los lugares más interesantes. 

Fue en una de esas ocasiones cuando ocurrió por primera vez. Su padre no estaba fotografiando nada en concreto, puede que simplemente estuviesen caminando de un país a otro. Mateo iba cogido de su mano cuando le preguntó:

- Papa ¿Por qué no vamos a esa atracción?
- Yo no soy tu padre niño.- dijo una voz desconocida.

Mateo miró bruscamente hacia arriba. Era cierto, ese señor no era su padre, pero su mano sí que lo era. Reconocía aquella mano grande capaz de sostenerlo sin esfuerzo y aquellos dedos gordos, cuadrados coronados por algunos pelos negros. Era su mano. Estaba seguro, no había soltado la mano de su padre desde que pasaron por el puesto de venta de mazorcas de maíz que llevaba un chico disfrazado de vaquero. Algo había ocurrido. Soltó la mano del desconocido y corrió en busca de su hermano y su madre.

Aquel mismo día volvió a ocurrir. Se encontraban dentro de un pabellón y caminaban a través de un poblado de la antigua china imperial. El suelo estaba pintado con flechas que señalaban hacia delante mientras que a los lados, separados por un pequeño cercado, había casetas de cartón-piedra y maniquíes electrónicos que fingían trabajar en los arrozales de plástico. De nuevo Mateo iba delante cogido de la mano de su padre. Esta vez no dijo palabra. Primero miró la mano y luego vio la cabeza del desconocido. Un señor con barba y unas piezas metálicas que que le salía de los agujeros de la nariz. Soltó la mano del desconocido y retrocedió hasta encontrar a su madre con su hermano. Preguntó por su padre y le dijeron que se había adelantado en busca de la Gran Plaza. Mateo asintió pero lo comprendió todo. La mano de su padre se había vuelto a liberar. Había huido y se había colocado en el brazo de otra persona. Su padre se había ido en su búsqueda. Mateo recordó la de veces que su padre se alejaba de ellos y recordó también como a menudo apretaba con la mano izquierda la muñeca derecha con gesto dolorido, como si se estuviera apretando la mano contra el brazo para que no se le escapara.

Durante aquellos días volvió a ocurrir varias veces. Mateo se encontró cogido de la mano de su padre cuando ésta se había ensartado en el brazo de un gran extranjero de piel rosada brillante, en otra ocasión del brazo de un hombre con la cabeza afeitada que vestía una túnica naranja, en otra de un animador del parque que iba disfrazado de oso de tres cabezas, y en otra de una señora muy alta de pelo largo y negro liso.

Mateo sólo pudo hacer una cosa.
- ¿Qué haces? - dijo su padre - No hace falta apretar con tanta fuerza.
- Es para que no se escape - dijo el niño sin dejar de soltarle la mano.

Y siguieron caminando entre la multitud.

Comentarios

Entradas populares